04 noviembre 2016

El barranco, de Nivaria Tejera

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He vuelto a leer esta maravillosa novela, alegato estremecedor contra la guerra. Su argumento gira en torno a una niña que ve cómo se destruye su infancia cuando su padre es apresado al declararse la guerra civil española. La familia vive en La Laguna (Tenerife) y el padre es periodista republicano. La niña no entiende qué ocurre para que todo su mundo cambie tan de repente. Su familia, formada por sus padres, hermano, tíos, primos y abuelo, sufre las consecuencias del encarcelamiento, juicio, puesta en libertad y nuevo arresto del padre -Santiago-, que finalmente será desterrado a la Península. La seguridad de la niña desaparece y su añoranza de la figura paterna traspasa al lector, que sufre con ella. La tristeza, la impotencia, el miedo, el dolor, la nostalgia, la rebelión, la incomprensión, la vergüenza y la rabia ante la nueva situación forjarán una nueva personalidad en una niña que se ve obligada a abandonar la infancia de repente. Ha perdido la esperanza de volver a ser como antes, de poder tener a su padre a su lado como antes y solo le queda recuperar el cariño de su madre, que ha sido aniquilada por la pérdida de su marido y de su hijo pequeño, muerto a causa de la difteria. Toda la injusticia y el dolor que ocasionan una guerra pueden resumirse en este relato, especialmente en algunas de las palabras pronunciadas por la pequeña protagonista: 

Ahora ya sé que llaman pelotón a un grupo de hombres que llevan a matar al Tanqueabajo, un barranco enorme y hundido por la vegetación, donde echan a los animales muertos y la basura de toda la ciudad. Luego los abandonan allí y dejan que se pudran sin que la familia se entere, pues la engañan diciendo que están presos. Y cuando tratan de saber más se les contesta que siguen detenidos. Y así meses y meses. Es horrible que aprenda eso que luego no se me olvida (págs. 33-34).

U otras tan conmovedoras que sacuden al lector: 

"¿Y papá?" Sin él siempre estoy sola (pág. 22).

A destacar los personajes que acompañan a la niña en su amarga experiencia: el abuelo, el padre -que va cambiando a lo largo del relato, tal como se da cuenta su hija-, la madre, la tía... Junto a tanto desatino, un toque de humanidad: la solidaridad de la redacción del periódico que sigue enviando a la familia una parte del sueldo del padre, aunque este no pueda trabajar en él. 

Resulta evidente que esta novela sirve de inspiración a Cecilia Domínguez en su Mientras maduran las naranjas. Lectura muy recomendable.

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